(nota publicada en la revista Arrecifes Sapiens de Marzo 2013, en la sección “Para mí”)
En mi vida le dediqué más horas que palabras. Quizá el lugar al que más he ido, al que más he recurrido. Voy a él cuando estoy bien, cuando estoy mal. Voy.
Me entretengo un instante nomás en los recuerdos con él, y se me llena el alma de momentos sublimes, profundamente únicos.
Leyendo Siddhartha, me quedaron en claro algunas ideas. En realidad, fue como hablar con un amigo, y casi decirle de igual manera a lo mismo. Un amigo (otro amigo), le escribió una canción hermosa. Al libro y a él.
La libertad de fluir. Tal como nosotros, gotas de un todo, que caemos solos. Donde caigamos. Podemos estancarnos. Podemos buscar en soledad hasta encontrar un río que nos permita aumentar velocidad. El común de los pueblos se estaciona sobre chorros contundentes de agua. La necesidad del hombre: el agua llama al agua.
Ya dije mucho del río. Y se ha dicho mucho más. Pero parece ser nunca suficiente. Como él, hablar de él puede hacerse interminable. Es que no alcanzarían las palabras del mundo para explicar su influencia.
Para mí siempre existió. La cercanía de mi barrio Las Flores (que tal vez deba su nombre a que el río siempre lo hizo florecer); la necesidad de visitarlo, como un imán llamando. Las primeras aventuras. Luego más historias; con la edad se suman historias.
La vez que casi muero, que me sentí muerto, fue a la vera del río. Una de las veces. Otra fue al resguardo de un arroyo (siempre el agua). Otra, ponele que fueran tres (sacando la del alacrán, cerca de otro río); también fue en un arroyo hecho cemento. Bajábamos como agua, y se nos cruzó algo así como un tronco. Por suerte seguimos fluyendo; ¡y con más intensidad!
¿Sirven las analogías para explicar lo inexplicable?
También está lo que duele. Para mí, muchos que lo agreden lo hacen porque no saben. No pueden sentirlo. No pueden tocarle la vida que contagia. No pueden verle la vida que contiene. Menos pueden escucharlo.
El Río es como un caballo loco. A veces se desmadra y no reconoce a nadie. Se engrandece, enloquece, y se hincha. Se pone ancho y no sé bien si es por bondad o por furia, pero abre largo sus brazos y abraza mucho.
Tiene una generosidad sublime, implacable. No juzga, no discrimina, no expía de pecados tampoco. No te pide ser libre, no necesita libertad. Simplemente ES libertad, y te la ofrece. No te obliga, te invita.
Si querés, te lleva con él. A nosotros nos llevó hasta donde tiene la humildad de desprenderse de sí mismo para volverse parte de algo mayor. Esos días dejé de ser hijo de mi viejo. Pasamos a ser amigos. Alto viaje de amigos. Los tres, amigos.
Podés jugarle en contra. Él insistirá tosudo, siempre fluyendo constante, sin pausa, sin cansancio. Puede llegar a demostrar debilidad, pero nunca estará herido de muerte. Puede estar acorralado, pero aún así seguirá adelante.
Es conmovedor verlo siempre ahí, esperando, paciente. Con su voz múltiple, de millones de idiomas, para todos los gustos. Para todos los oídos.
Una secuencia: Después de una curva, aparece el río, recto, desapareciendo en el horizonte, infinito. No ves que vaya a doblar jamás. Debe ser el único capricho recto en sus tripas viborosas. Anclamos la canoa en el medio del río. No tendría más de un metro de profundidad. La plancha al sol. El murmullo del agua. El río suele hablar más claro, cuando deja ver un poco las piernas. Las rodillas que asoman. Nadie puede pagar por esto. Nadie lo vende.
El río es la vida misma: profundo, torrentoso, sereno y a veces enloquecido nos lleva a lo mas inesperado!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
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