Una viñeta de Macanudo me hizo acordar a una conversación en casa de mis viejos, donde salió el tema de las medias. Hablábamos de filmar a mi viejo pelando una naranja, para el taller de narrativa. Les contaba de las consignas para disparar textos. Así terminamos hablando de las pelotas de medias para jugar al fútbol en los recreos. Un ejemplo práctico y claro para explicar de qué iba la consigna de esta semana: hablar de un objeto.
De las pelotas hechas con medias se dijeron algunas cosas: Que las entrábamos en el guardapolvo, ahuecando la mano para taparla como si no tuviéramos nada. Que las señoritas nos podían boicotear el campeonato si la veían. Que jugábamos hasta cuando se desgarraba la pelota, cosa no muy difícil porque eran medias medio viejas, y al rajarse empezaba a perder tripas de tela. Faaaa, y lo pesada que se ponía cuando se mojaba. A veces pateábamos y la tirábamos a lo del vecino, perdiéndose para siempre.
Las medias siempre fueron un tema. Que te da paja cambiártelas. Que nunca tenemos un par limpio. Que no son como el calzoncillos que dura un día: ellas duran dos, como poco, si no tenés olor a pata.
Siempre me dio bronca quedarme sin medias, que no haya en el cajón. Mamá siempre nos cagaba a pedo porque las dejábamos sueltas para lavar y después no podía armar el par, se perdían. O poray teníamos un par de colores diferentes. Así íbamos a la escuela. Así voy a veces al laburo.
Cuando se rompen en la punta me da mucha bronca. Antes, mamá las cosía y les quedaba un repulgue violento que me hacía doler el pie. Ahora se me rompen en el talón, pero no se les puede hacer una zurcida. Calculo que el talón es por los cayos de caminar descalzo, y ya no la punta porque ahora me corto las uñas bien cortitas. Andá saber.
El color de las medias a veces tiene hasta más protagonismo que las zapatillas. Siempre que tuve zapatillas nuevas, inmediatamente busqué ensuciarlas lo suficiente como para que no llamaran la atención. Me fastidiaba mucho el “feliz estreno”. Con las medias me pasa lo mismo, pero tardan más en gastarse, no puedo andar metiéndome en el barro hasta la rodilla. Entonces, hasta que no se inventaron esas tipo soquetes para que las usemos nosotros los hombres, siempre pedía medias de colores oscuros. Con el tiempo conseguí vencer ese miedo y comprarme medias a rayas bien llamativas.
Otra cosa que me rompe es el invierno. Paradójicamente, te ponés medias para no tener frío pero transpira el pie y se humedecen. Y es un bajón caminar como en barro helado.
Bue, basta de escribir de las medias. No puedo hilar párrafo con párrafo. Ya casi no tiene sentido hablar de las medias. Habrá mucho más para decir, pero se me vació el cargador.
La viñeta encargada de unir dos cabos sueltos en mi cabeza (que sin embargo tenían que ver!), sencillamente hablaba de descubrir un agujero en la media. El horror:
El libro de Macanudo lo leía ayer. Pasando por arriba de las tiras, de forma mecánica, algo normal cuando se está cansado. Simón escuchaba la enésima repetición de un cuento a voz de su mamá. Yo también oía esa repetición, en segundo plano: vendría a ser como todo eso que se pierden los caballos cuando tienen los cueros a los lados de los ojos. Algo así pero audible.
El segundo plano se me ocurre que igual se graba y queda archivado, ponele que en la piecita del quilombo de nuestro cerebro. Lo que no implica que el resto de la cabeza no sea un quilombo también.
Entonces pasé por una viñeta, como por tantas otras: sobre ella. Pero a veces queda temblando como una especie de eco. Como el pequeño sonido de las cuerdas de un instrumento, que si están afinadas quedan insistiendo un buen rato. Así me pasó, y volví, y la releí, y miré los dibujitos con mayor atención.
Supongo que lograr la existencia de esos ecos hace que un pedazo de arte suene afinado, y se quede sonando por ahí. Vibrando para provocar quién sabe cuántas otras cosas.
Una de las razones por las que se me da esto de escribir, es que tengo muy poca memoria. Soy todo lo contrario de José el Rosarino, que parece una enciclopedia, le brota la info a cataratas. Yo en cambio suelo olvidarme de los nombres de las personas, o de datos relevantes, de reuniones o temas laborales que estuve viendo hace media hora. En ocasiones pregunto lo mismo varias veces porque no lo retengo. Quizá sea un déficit de atención.
Cuestión que pensando en todo esto, me encontré con que el cerebro guarda absolutamente todo. Quizás utilice cuartos alejados dentro del mismo edificio que supone la cabeza. Quizá se trate de una casa grande, una estancia, poray un pueblo o ciudad, no sé. Pero debe haber lugares alejados donde algún pequeño mecanismo de la cabeza archiva los datos que se graban del contexto, lo que sucede en el segundo plano.
Toda esa data, como si se tratara de un motor de Google, viene a la superficie cuando le ponés una palabra clave. Puede ser cualquier cosa. Le das enter, y el motorsito empieza a funcionar, trayendo una pila de carpetas polvorientas, donde esté la palabra clave.
Dos puntos serían importantes entonces:
• Cuanto menos común sea el elemento, mejor selección de cosas tendremos. O sea, si por ejemplo mi palabra clave será pelota, vendrán millones de recuerdos de fútbol y otras yerbas. Difícil será entonces obtener lo que estoy buscando. Es tal cual el mencionado Google, donde no es lo mismo poner fútbol que poner el nombre de un equipo o un jugador.
• ¿Qué hacer con toda esa info acerca de un elemento? Porque no solamente es traer todo lo relacionado a un elemento. Imaginemos que se puede estar semanas hablando de las medias. Muchas cosas serán interesantes, otras un bofe. Sin embargo, lo difícil será darles un sentido. Yo, por ejemplo, me enganché hablando de las medias, pero ¡no le encontré mayor sentido a hacerlo! Si quiero una historia, me cuesta mucho partir desde un elemento, a menos que ese elemento sea definitorio para mi historia. Y tampoco hablar de un elemento se vuelve tan emocionante.
Al fin, la conclusión sería, por arriesgar algo, que todo el archivaje que tengamos, todo ese archivo lateral almacenado en ciudades ocultas, o en bodegas inundadas, o en altillos por escaleras a través de 100 pisos, puede llegar a ser inservible si se lo toma como algo suelto. Pero si lo utiliza para adornar o echarle mano a narraciones, entonces su función aparece.
Particularmente suelo tener una reacción inconsciente para encontrarme con estos pensamientos: no puedo traer recuerdos o vivencias así como así por proponérmelo. Sería, y me ha resultado así, inútil intentarlo. Fracasé incluso con lo de la media, ¡es un ejemplo! O si bien traje algo desde esos recónditos y polvorientos estantes, quizá no fue lo que hubiera querido, o necesitado.
Debe ser que esta clase de memoria se recupera de igual manera que se almacena: en segundo plano. Cuando la cabeza enfoca un camino, asoman esos pastos crecidos que son el paisaje y en definitiva los que harán más ameno el viaje.
Las medias son todo un tema a mi me pasan muchas cosas parecidas, como que me humedescan o que se rompan y encontrarlas cocidas como si fuera un muñeco que el perro agarro.
Saludos.
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