Me deja ciego el sol de la mañana filtrándose por la persiana que ayer quedó trabada. Dejo caer el brazo hacia la izquierda para abrazarla y golpeo el colchón lleno de ausencia. El vacío me desespera, sé que no está en el baño ni se levantó antes. Sé que no me abandonó.
Me incorporo y, entre las formas que amanecen en mi visión, compruebo la falta de sus botas que anoche le saqué a tirones. Tampoco está la remerita con la cara de Lou Reed, such a perfect day, you just keep me hangin’ on.
Intento asomarme al balcón interno, con la esperanza de espantar lo inevitable y verla sentada a la mesa, con la tasa entre las manos, humeándole el rostro aún cerrado, dormido, quizá los labios rojos e hinchados. Apuesto mis primeros pasos a que chocaré con su sonrisa, un todo o nada que la traiga conmigo.
No digo palabras, callo y me asomo, en el fondo creo que si no está tal vez pueda ser yo el que vuelva. ¿Para qué meterme más en esta mañana sin ella?
Las partículas de polvo navegando el sol hasta la silla vacía me cachetean. El hueco en el pecho me gana el estómago y ya es agujero negro que me succiona la energía, se desmoronan mis próximos pasos, se desvanece como arena mi orden del día, y todo lo que significa seguir la vida cae dentro del apocalipsis.