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costanera

me pasó el faso y el encendedor. la barranca blanquecina, el brillo del agua, a donde miráramos se nos clavaba el sol y nos lloraban los ojos. reímos mucho. la veía distorsionada, hermosa, las lágrimas sin sentido, como teniendo esos papeles transparentes que usábamos en la escuela y nunca supe pedir en la librería. yo estaba recontra enamorado, lo noté ese día, claro, si fueron tantas horas ahí bajo la higuera. dos o tres motos con escape libre daban vueltas en el circuito, hacían tanto ruido que cuando pasaban cerca no escuchábamos al otro. nos colgábamos a cada rato, se nos truncaba la charla. en un momento nos callamos, el sol ya no quemaba tanto, se notaba el cambio de color en los árboles y como que todo estaba más vivo. creo que ahí me di cuenta y no la volví a mirar, no pude comprobar que fuera tan hermosa como ahora la construía. de costado la veía sonreír sin decir nada, sus ojos mirando el cielo, capaz esperando algo, pero el silencio me dejó hablando adentro y la cabeza se contestaba sola. empecé a configurarla dentro mío, dejando crecer la mudez como un paredón divisorio, como agua estancada a riesgo de pudrirse. el amor se instaló con nombre y apellido, y empujó a la magia, y yo sin saltar ese charco que ahora me mojaba los tobillos, subía hasta mis rodillas. nos ganó la noche pero no importaba, podríamos haber muerto ahí mismo del cagazo que teníamos a ponernos en movimiento y mirarnos de nuevo a los ojos y decirnos alguna palabra desacertada.

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