Observé la pared enfrentada con la ventana. La luz de la media tarde formaba el rectángulo de siempre. Ahí iba a estar el cuadro que pensaba pintar yo, con un surco en la pared a modo de carril, para ir cambiando la posición según entrara la luz del sol. Hasta había imaginado que los motivos cambiaran de acuerdo a la estación del año. Podía verlo, ahí colgado.
–Es grasa… –dijo Virna–. Cagás todo el comedor con una boludez así…
–Vos decís?… va a quedar buenísimo… vas a ver cuando lo haga…
–Te lo tiro a la mierda… y ni se te ocurra romper la pared…
–Vaaaaa… andá… va a quedar buenísimo, vas a ver…
–Ok, dale, hacelo… y antes de colgarlo hablamos… igual no lo vas a hacer, como siempre que flasheás esas boludeces y nunca las hacés…
–Vas a ver que sí, que lo hago y te gusta…
–Ok, hacelo… y preparate para q te lo tire a la mierda si no me gusta… igual no lo vas a hacer…
–Bue, hagamos esto: si lo hago te bancás que lo cuelgue al menos un año, dale?… Cosa de ver todos los motivos: un ciclo anual…
–Dale, hacelo… pero hacelo rápido y no quiero q me dejes las pelotudeces a la mitad por toda la casa que es chiquita y siempre está lleno de porquerías tuyas…
Por esa época desarrollé un talento formidable: imaginaba la casa con todas mis obras de arte colgadas por ahí, ostentosas en los rincones, brillantes adornando la pared. Mi casa era la casa de ella y, además, otra casa que yo imaginaba cuando divagaba, matizando nuestro hogar con mis delirios artísticos.
Lo malo era que la casa tenía poca gracia los días en que mi ánimo estaba por el suelo. Pero lo bueno era que las obras de arte mutaban según pasaban los días, y Virna no se enojaba por ello. Me había convertido en todo un artista, y aunque a ella no le agradaran mis ideas, podía plasmarlas sin molestarla. En mi imaginación, claro.
El cuadro se esfumó en un descuido. Cayó al piso y se desarmó en mil pedazos, lentamente se dobló sobre sí misma la pintura de un árbol onda Jack Johnson, medio seco, medio floreciendo porque arrancaba la primavera. Los colores desaparecieron por las estocadas de una escoba imaginaria, dirigida por los reclamos de Virna.
Claro, si nunca llegaste a pensar siquiera en cómo hacerlo, la oí sermonearme con su voz de te lo dije.
El sol se escondió tras las nubes y sus rayos ya no entraron tan briosos por la ventana, sólo una luz tenue. La pared quedó en blanco apagado, así como mis ideas, mis anhelos, mis obras de arte que amainaban la casa y los recuerdos.
Ahora estaba dentro de esta caja vacía y blanca. Y encima ni una Virna real para echarme en cara, viste que no lo ibas a hacer?, yo te dije…
Me senté en el piso, temiendo que las sillas o la mesa también fueran imaginarias. Tal vez yo estaba envuelto en este mundo de recuerdos locos, entremezclados en una suerte de baldío real y onírico a la vez, cruzándose las líneas temporales entre tormentosas expectativas.
Me dije si no hay Virna, tons tendré que imaginarla. Poray sí, si responde a mis ideas me permita mejorarla y recrearla con una imagen más optimística.
–Mirá Virna, juntá esas monedas de ahí de la mesa, que no las usé al final, decidí ir caminando… además, el bondi ahora cuesta uno veinticinco… sabías?
Virna me miró y se arrodilló frente a mí. Dios, sus pezones acariciaban la remera como timbres.
–You, me importa un choto cómo te hayas ido… el problema tuyo es que siempre estás volviendo…
Se acercó y me dio un beso, delicado, detallista. Breve como una flor de cactus.
A continuación abrió bien grande la boca y me mordió la nariz. Un dolor intenso y caliente me cubrió el rostro.
No necesitó decirme nada más. Para que sepa que así yo me la imaginara, ella, mi Virna, siempre iba a hacer lo que quería. Porque es Virna.
Porque una cosa es imaginarte tu mundo, como se te cante, de colores o sin motivos; pero otra, muy distinta mi sanganito, es que quieras imaginarte el mío.
r.canapé